Hace algo más de un año charlaba con un profesor de tecnología del Instituto “Rafael Frühbeck de Burgos” de Leganés (Madrid). Este profesor me contaba que había tenido dos alumnos, las típicas balas perdidas. Ya sabes, malos estudiantes, repetidores, carne de cañón para el fracaso escolar.

Hasta que algo pasó.

Y ese algo fueron las clases de tecnología.

Estos dos muchachos encajaron con su profesor y su profesor con ellos y empezaron a trabajar juntos en los recreos con proyectos de programación y Arduino. Incluso pedían sus propias piezas a China. Poco a poco empezaron a hacer cosas que estaban muy chulas.
Mejoraron su autoestima.

Aprendieron que aunque el colegio no se les dieran tan bien como a otros había otras cosas en las que si eran buenos.
Aprendieron a superar la frustración de que algo no saliera a la primera y aprendieron el valor de la perseverancia para conseguir resultados.

Entrenaron la mente lógica y aprendieron a planificar su trabajo.

Aprendieron a trabajar en equipo.

Disfrutaron de la ilusión.

Descubrieron lo que es sentirse orgulloso por tus logros. Y aprendieron que cuanto mayor es el reto, mayor es el orgullo.

Y, no se sabe muy bien cómo, sus notas empezaron a mejorar. ¿Cuestión de auto estima? ¿De disciplina? Imposible de saber.

Descubrieron también que querían seguir estudiando. Los dos querían ser ingenieros. Y lo consiguieron.

Uno de ellos debe haber acabado ya Ingeniería Electrónica en la Universidad Juan Carlos I de Leganés. Me acuerdo de ese detalle porque es justo la misma carrera y la misma universidad en la que está estudiando mi hijo.

Sin duda, a aquellos dos muchachos estudiar programación les cambió la vida.

¿A cuántos niños que no son buenos estudiantes les podríamos cambiar también la vida enseñándoles programación? ¿Qué opinas tú?

IES Rafael Frühbeck de Burgos (Leganés)

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